lunes, 6 de febrero de 2012

Ciudad Juárez es el futuro

 ::Esta es mi historia, la de mi familia y la de mi ciudad contada en 66 mil caracteres. Uno por cada persona asesinada en la guerra del crimen organizado contra el ser humano. No es una historia acabada. La escribo día con día tras el rastro de la muerte::

A las familias Villa y Leyva.

Susana, Marisela, Josefina, Carlos, Manuel,
 Harry, Mago, Choco, Keko, Rapto y el Negrillo.
In Memory.

Los compas de la prepa Altavista;
la comunidad UAQ por su ayuda;
los traileros por moverme;
la banda por recibirme.

Mis sueños son mis alas, me aferro a ellos antes de que mueran.
¿Cuánto dolor más se puede soportar?

I. Ciudad de los negocios
Un casquillo de bala fue lo primero que encontré al llegar a Juaritos. El sol abrasante me recordó al instante por qué le huyo a los veranos en el desierto. Dejé Tepic, Nayarit dos días antes. Ciudad conocida como el pequeño Juárez por la cantidad de muertos que reporta. Dos traileros me ayudaron a recorrer medio país. Viajé el último tramo en una camioneta que me dio aventón en la ciudad de Chihuahua. El conductor me habló durante las cuatro horas del trayecto, de las grandes bondades geográficas y de oportunidades para los negocios en el estado grande. Intentando convencerme, y convencerse él mismo, de que no estamos en uno de los peores lugares para vivir. No sólo de México sino del mundo. Una especie de cloaca por donde se purga la economía globalizada en crisis. Mientras en Europa, Medio Oriente y algunas ciudades de Sudamérica la población se rebela a pagar los costos de esa crisis saliendo a las calles a defender lo suyo, en Ciudad Juárez miles son asesinados como moscas sin lograr imaginar lo que ocurre. A Juárez se la traga el propio desierto que intenta domar. Es una trampa mortal. La arena movediza en la que si no haces nada te hundes y si te mueves también. Un anuncio en la entrada nos da la clave para entenderlo: Bienvenidos a Juárez, la ciudad de los negocios. Esos negocios que le dieron la vida ahora la están matando.
Soy un viajero, no dejo de caminar, deambular. Recorro playas, bosques y selvas. El desierto es mi oráculo, la ciudad mi barricada. Las cosas que necesito para vivir caben en una mochila. En el camino encuentro todo. Voy navegando, platicando y preguntando: si no sabes lo que ocurre en Ciudad Juárez ¿cómo lo vas a evitar en tu ciudad? E s t o  s e  e x p a n d e. Juaritos toca a tu puerta. ¡Welcome to hell!
Esa exploración me trae de vuelta al lugar de origen. Al llegar, vuelvo a conocer la ciudad por primera vez. Siento una ciudad deprimida, desolada, en abandono. Una ciudad sórdida. La atmósfera densa, casas abandonadas, negocios incendiados, calles solitarias, omnipresencia policiaca. La periferia marginada de México en toda su nitidez. Una imagen me asalta, la ciudad de Flint retratada por Michael Moore en Roger & me tras la decadencia que siguió al esplendor de la industria automotriz en Michigan. No es casual, es la misma industria, es la misma crisis. Por la magia de la globalización vinieron a dar a la frontera los empleos perdidos en Michigan. Ahora esos empleos se han esfumado con el colapso económico.
Viví el apogeo de la maquila. Bonanza económica, sobre oferta de empleo, decenas de familias llegando a diario a la central de autobuses, estampidas de camiones retacados de trabajadores, agitada vida nocturna. La ciudad funcionando veinticuatro horas siete días a la semana. Durante años, anticipando el destino de una ciudad que centra su crecimiento en una industria ajena, les hice a mis alumnos una pregunta ¿qué pasaría con Juárez si se fuera la industria maquiladora? Nunca, nunca, ni en el peor de los escenarios, pude (pudimos) imaginar tanta destrucción.
A la ciudad le acompaña la violencia desde su fundación. Cada auge económico ha venido seguido de sangre, muerte y destrucción. Paga con creces el privilegio de estar en un lugar clave para los negocios. El punto medio entre los océanos Pacífico y Atlántico. Límite entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América. Primer y tercer mundo cara a cara. La frontera entre la apariencia de un mundo humano y la transparencia de su verdadera naturaleza.
A principios del siglo XX, durante la prohibición del alcohol en Estados Unidos, florecieron los lugares orientados a la vida nocturna, las cervecerías y destilerías de whiskey. Se vendía alcohol en cientos de establecimientos y se introducía a Estados Unidos. Prostitución, drogas, juegos de azar y armas completaban los negocios. El destino de la ciudad tatuado letra por letra. Opulencia. Apariencia de civilidad. Ajustes de cuentas. Despilfarro. Party eterno. Impunidad. Lo legal e ilegal como dos caras de la misma moneda. La violencia mediando la convivencia. ¿Cada habitante un Dr. Jekill y Mr. Hyde?
A mediados de siglo, miles de soldados gringos y alemanes estacionados en el Fort Bliss disfrutaban el auge de una época dorada que duró varias décadas. La ciudad se les abría como una enorme cantina, prostíbulo, paraíso de drogas y centro de espectáculos internacional.
Don J, fotógrafo, fue testigo de esa era. La registró durante años con su cámara de treintaicinco milímetros. Recorría bares y cantinas ofreciendo la del recuerdo. Miles de negativos y fotografías conforman su tesoro. -Alguien tendría que ver todo esto, eso ocurrió aquí. Había mucho trabajo. Venía gente de todas partes. Ahora está todo muy cambiado. Dice tranquilamente al remover las cajas. Las fotos van corriendo una a una: mujeres bailando y cantando, parejas abrazadas, grupos de personas brindando, músicos, fachadas de bares, las calles. Cada foto una historia, una vida. De pronto hace la seña de parar -es Chayo, e s C h a y o. Repite sorprendido, como al reconocer en una persona a alguien de nuestro pasado que se nos presenta como una aparición. Los ojos se le llenan de agua. Un tesoro dentro del tesoro. La imagen en blanco y negro muestra a una joven mujer sonriendo, hablando con los ojos. Es su compañera. Su esposa recién finada mirándolo como lo hizo hace ¿cincuenta años? en que él captaba ese momento. Un registro para el futuro, para que perdure la memoria. Hoy que ese futuro es el presente, él se encuentra ese onírico mensaje que se rebela a su condición de pensamiento y se materializa en un pedazo de papel. Fundiendo y confundiendo realidad y sueño. Su Chayo sonriéndole, hablándole cómplice y coqueta, como el primer día que la vio. -¡E s C h a y o! Dice en loop, incrédulo aún. Conectado con su pasado. El agua de los ojos humedece sus mejillas.

II. Ciudad sitiada
El rap encaja en un recorrido en autobús por la ciudad. Observo. Un retén. La Policía Federal tiene nuevo armamento. Encapuchados avanzan lento y amenazante, apuntando con sus armas desde sus vehículos blindados que me transportan a Belfast. En mi cabeza, la imagen de los irlandeses repeliendo al ejército inglés. Me relajo, hoy no dejaré que me perturben, hoy busco el sosiego. Me entrego a mis pensamientos. Hoy, un nuevo comienzo. Descansando en Juaritos, descifrando el presente, desmenuzando el pasado, decidiendo el futuro.
El hip hop me trae recuerdos, rebotan en mi cabeza. Un rato anduve en las pandillas. Inicié con los Black Eagles en nuestra casa-refugio en el patio del kantón de R. Sin darnos cuenta, éramos de la sucursal en México de los Home Boys del East L.A. de Califas y teníamos que saltarle por el barrio. Por elección propia me hice de los Rap Masters. La rolábamos los domingos por la Avenida Juárez cantando y bailando, metiéndonos en problemas. Estuve en muchas peleas. El morado se convirtió en un color habitual en mi rostro. Convivía con armas blancas y pistolas baratas que mirábamos mucho y utilizábamos poco.
Reciclo las rolas de mi adolescencia, adquieren un nuevo sentido. Me identifico con la ira que las generó, la opresión, el abandono, el abuso, la violencia, la indolencia. La vida en el ghetto. La supervivencia en el ghetto. Public Enemy me recita Don't believe the hype, me recuerda Fight the power; NWA grita Fuck the police; The Roots se confiesan en Criminal; en La rage, Keny Arkana va rapeando en francés lo que voy observando en español. Los ritmos del barrio. La conciencia colectiva hecha música. La ira del pueblo perpetuando su grito de denuncia, su deseo de existir. Ahora la imagen que tengo es la del Bronx, la del Este de Los Angeles, tan diferentes y tan parecidas a Juaritos. Rodney King conduce por sus calles, es detenido y golpeado en un retén militar.
Juárez es un ghetto. Un multicultural campamento de refugiados. Los expulsados por la crisis del campo y la falta de empleo en el país acampando en la frontera. Convertidos en damnificados de la guerra, de guatemala a guatepeor. La imagen en mi cabeza me sitúa en Palestina, su frontera, sus check points. El hostigamiento policiaco-militar. La petición constante de identificación. Ser extraño en tu propia tierra. Padecer a la policía toda tu vida. Que además de violenta y corrupta es la guardiana del orden delictivo que impera. Brazo armado de empresarios. Durante años nos han acompañado el estado de sitio y toque de queda virtuales. Las armas han estado siempre presentes para lograrlo. Redadas, cateos, detenciones y enfrentamientos con los policholos son el diario vivir en la ciudad más violenta del mundo.
Más de una hora el trayecto en camión urbano al downtown. Son largas las distancias. Sube y baja gente que te analiza, te mira a los ojos, intenta descifrar tu vida. ¿Eres sicario, dealer, extorsionador, andas movido? ¿Cuál es el rostro del criminal? ¿Cuál es la apariencia del asesino? ¿Tienes un arma entre tu ropa, en la mochila? ¿A dónde te diriges? ¿Ocultas algo? ¿En qué trabajas? ¿De qué vives? Cada persona en el papel de un Sherlock Holmes improvisado. Combinando experiencia, sentido común e intuición para intentar adivinar frente a quién está. En la radio José no deja de sorprender, nunca sabes lo que va tocar.
El equipamiento urbano sin mantenimiento. Las calles deterioradas y solitarias. Boyas, topes y hoyos. Retenes del Ejército Mexicano, policías Federal, Estatal y Municipal, Tránsito y con suerte hasta de sicarios civiles. Naves industriales en desuso resguardas por personal que las mantiene limpias y en perfectas condiciones. Panteones y funerarias negocios prósperos con huellas de balas y cristales rotos. Los yonkes abarrotados. Recolección de autos y metales para reciclado: hierro de rejas, puertas, ventanas, alcantarillas, medidores de agua y gas; cobre de la instalación eléctrica, tuberías de agua y gas de casas vacías; bronce de placas de monumentos y calles. Casas de empeño y préstamos de dinero como tienditas de la esquina abiertas las veinticuatro horas. Se compra oro, teléfonos celulares, cámaras, televisiones y computadoras. Los negocios del saqueo, usura y despojo legal. La economía de la carroña.
Hablan las bardas lo que acallan las balas: Para una lluvia de balas, un arcoiris de paz. Regale abrazos no balazos. Los empresarios son el problema no la solución. Juaritos yo te quiero a pesar del matadero. Ni una más, ni uno menos. Yo no protejo al Chapo, el Chapo me protege a mí, firmado Calderón. Con el pueblo muy chingones, con los narcos maricones. ¡Juaritos a defendernos! Me veo rayando, se excita mi dedo, se acelera el cerebro. Viajo al pasado. Quince estudiantes masacrados. Indignación. La gente en las calles. Marcha del Coraje, Dolor y Desagravio. Me deslizo con una lata en la mano. La muerte cubre mi rostro. Batallones Femeninos en los oídos: ninguna guerra en mi nombre, genocida primer mandatario. Sin miEDO grita una pared. No es bienvenido Sr. Presidente. Lloran las bardas lo que hacen las balas. Me adelanto, dos militares reposan con metralla en mano, me aparezco y pinto ASESINOS FUERA en la puerta de su vehículo. Los soldados brincan, me apuntan cortando cartucho, llega la marcha, gritos y jaloneos, me escabullo, el vocero se deslinda, continúan los gritos, sigo rayando, surfeo la calle, estoy poseído, mi mano manda. Si lo pienso no lo hago, con miedo no me muevo.
Llego al centro, sin edificios y en demolición. Negocios cerrados, zanjas y montones de tierra a media calle. Así imagino yo una zona de guerra. Sólo la Misión y la Ex Aduana tienen más de cien años. Se construye para destruir y volver a construir. En la Plaza de Armas, la gente se toma fotos con Tin Tan que está sentado en la fuente fumando un puro. Un danzante azteca forma un círculo con las personas que observan su ritual. En el kiosco, un predicador mantiene el tono frenético para hablar del fin del mundo, del Apocalipsis en curso. Su voz amplificada por dos bocinas es casi tan irritante como los cantos distorsionados que salen de la catedral intentando opacar su voz. El atrio cerrado -sólo se abre un rato los domingos, por seguridad. La plaza luce vacía, sigue siendo punto de reunión de adultos mayores y palomas, que llegan por miles. Al parecer nadie les ha informado nada.
Topo con dos conocidos. -Nos matan por esta madre ¿y no nos podemos dar ni un pinche gallo? Dice K desesperado por no poder conectar mota. -Tiene todo el día buscando, anda erizo. Dice D justificando su acelere. -Ya fuimos con varios conectes, a todos los revientan carnal, dos tres semanas y truenan, bueno, se los truenan, jajaja. Suelta K la carcajada. -Sólo queda un lugar pero está rodeado de chota. Es misión suicida. Entrar, conectar y salir. I-n-v-i-s-i-b-l-e-s. Los acompaño a la colonia Bellavista.
En el camino, K me platica su teoría basada en Crimen y Castigo de Dostoyevski. Según la cual, puedes meterte a la boca del lobo, navegar entre chotas, pasar retenes y revisiones sin problema siempre y cuando mantengas la calma. -Huelen el miedo, son como los perros, con perdón de los perros. Se basan en la apariencia y la actitud para sus checkeos. En la culpa. Yo por eso tranquilo, ando línea, camino con mi morra, ni los volteo a ver. Para mí no existen. No me paran policías ni soldados carnal. Remata apasionado con sus conclusiones.
Llegamos por la Avenida Juárez, hermana gemela de la Avenida Revolución en Tijuana. Antiguo escenario de la vida nocturna y entrada del turismo norteamericano a la frontera más fabulosa y bella de mundo según Juan Gabriel. Los mariachis, tacos y mexican curious en cada esquina son ahora fantasmas en mi mente buscando colorear el abandono. Retén militar junto al puente internacional. Convoys de Policía Municipal y Federal apuntando con sus armas. Yo veo en los policías a los Orcos del Señor de los Anillos, pero es certera la comparación de K, logro visualizarlos como una jauría de perros rabiosos liberados tras días de encierro.
Al doblar en una calle cesa el ruido y movimiento. Un tipo en bicicleta se nos empareja -¿qué andan buscando? -¿tienes mota carnal? Pregunta K. -No hay hierba. Sólo piedra y chiva. Responde tajante. Nos analiza sin vernos directamente y echa un vistazo alrededor. -Chido carnal. Seguimos caminando. Pregunta dos, tres, cuatro veces, misma respuesta. -¿Cómo la ves? ¡Pura piedra, pura piedra, pura chiva, pura chiva! ¡Tengan su pinche chiva! ¿Creen que estamos pendejos? Queremos motita, no esa mierda. ¡Natural ése, no veneno! ¿Ves cómo los pone? Se los echa en dos tres meses. Se los chupa así. Pura piltrafa humana bato. Quieren que te metas a huevo lo que ellos quieran. Nos matan con esas chingaderas. ¿Dónde queda el derecho que tenemos de meternos lo que nos de la gana? Para eso es nuestra vida ¿o no? En Wall Street y Hollywood reciben pura calidad sin semilla y fresquecita y nosotros acá buscando guarumo. ¡Está cabrón!, ¿o no? Reniega al ir buscando.
Los dealers haciendo equipo, división del trabajo. De decenas de tienditas que había, el buffet de drogas, ahora es una operación conjunta. A uno le pides, otro cobra, otro entrega. Todo en la calle, en movimiento. De un bar se escapa la nueva versión de Panamericano. Dos hostes en minifalda nos invitan a entrar al ritmo de la canción. Bicicletas, perros, carritos de burritos, parqueros, prostitutas, borrachines y negocios ayudan a montar la escenografía de la película que voy imaginando al caminar. Barrio Chino, Huevo de Serpiente y Sin City se dibujan frente a mí.
Nos piden que esperemos afuera de una peluquería. Hay un bato de lentes oscuros sentado con un perro de pelea a un lado, una estatua vigilando. Me siento junto a él. Reconozco el lugar. Le digo que estuve ahí de niño con mi padre. Le interesa la plática, responde amable. ¿De dónde vienen? El perro babea, olfatea, impone. D toma una foto de unas aves en un cable eléctrico. El bato sujeta al perro, se sube los lentes -mija, le voy a dar un consejo que le puede salvar el pellejo. Cuando venga a lugares como este nunca traiga cámara, y si la trai clávela, no la saque ¿me entiende? Le dice tranquilizando al pitbull que espera la orden de atacar. Olvidando su cara de vigilante cuenta que los traen jodidos, han matado a muchos. -Tantos muertos no es pa acabar con esto, más bien pa ver quién se queda con la gallina de los huevos de oro ¿me entiendes? Aquí jalas pa ellos vendiendo su merca o te la rifas y vendes lo tuyo. Pero te tienes que arreglar ¿me entiendes? Con la tira y los wachos no hay pedo. No se meten pero estamos rodeados. Garantizamos la venta, entrar y salir de aquí es pedo suyo ¿me entiendes? Estábamos las veinticuatro horas, ahora nos quitamos cuando se apaga la vela. Así está el abarrote carnal, tenemos que camellar.
Llegan las latas. Salimos nuevamente a la Avenida Juárez, bullicio. Convoys de Policía Municipal y Federal apuntando con sus armas. Retén militar junto al puente internacional. D no habla. K me enseña una bolsa antes de clavarla. Se me acerca, me dice a los ojos -esta es la marihuana más difícil de conectar y la más cara del país. Una lata que no te alcanza para un churro te cuesta treinta o cuarenta varos. Seca, con semillas y palos ¿ves por qué me encabrono?
Me muevo al Río Bravo, la división natural entre México y los Estados Unidos. Los muros pintados por la banda. Un Che Guevara gigante mirando al norte ¡hasta la victoria siempre! Las víctimas del capital en las maquilas están. Justicia. Make love, fuck war. Migra asesina. ResISSSTE. Vista internacional. Filtro internacional. Frontera cerrada. Puentes, cámaras de vigilancia, el muro metálico, movimientos de la Border Patrol. El Paso, Texas. Repaso los edificios de mi infancia, hay nuevos. Cristales y espejos sirven de oficinas. Carreteras de alta velocidad, la montaña Franklin, antenas de radio y televisión. El Puente Negro por donde cruza el tren me recuerda la cumbia de Fuga.
Detrás de mí calles destruidas, casas abandonadas, colonias desoladas. El choque de dos ciudades que son una misma. Siamesas separadas artificialmente. El río divide La Hacienda en residencia y segundo patio. La tragedia de una es la prosperidad de la otra.
El año anterior estuve ahí con un colectivo de videastas. Al ver seco el río cruzamos a explorar, hacer fotos. Ver México desde el otro lado. Cae una agente de la migra gritando y empujándonos para que nos salgamos de su país. Tomo fotos. Se aferra a detenerme y yo que ni madres. Diez Suburban, un chingo de agentes, un helicóptero. Siento coraje por el abuso y la prepotencia. Con el recuerdo de las veces que me persiguieron, las que me hospedaron en sus centros de detención, los cocoreo. Cruzo el río y regreso corriendo, les tiro dedo, les grito que me la pelan. Desde el puente internacional se suman peatones al coro. Mis compas gritando -regrésate, te van a disparar. Me giro y corro. Escucho el sonido de las balas zumbando en mis oídos. Veo en cámara lenta cómo levantan la tierra al chocar. Zigzagueo. Siento un impacto en mi hombro izquierdo, dolor. Son balas de pintura amarilla.
Un mes después la Border Patrol asesina en ese lugar a S de catorce años. Hicimos un grafitti que sin duda lee la migra. ASESINOS en letras de cinco metros de altura. Jornada Artística Ningún Ser Humano es Ilegal. El barrio, artistas y activistas con la familia de S. La ira no se hace esperar. Saltan las rocas, se destruye la malla, rayadas de madre, gritos de asesinos a los migras. Envían un equipo SWAT con francotiradores para controlarnos. Disparos de advertencia. Más piedras. Rostros cubiertos. El ambiente se calienta. La banda encabronada y alterada. Un recolector de chatarra con su familia les apunta con una escopeta -ustedes sigan gritando, yo aquí los tengo en la mira. Llega un convoy de Policías Federales. ¡Ya valimos madres! Operación sandwish. La migra por el norte, los Federales por el sur. Lo que sucede nadie lo esperaba. Luego de asegurar el perímetro nos protegen con sus armas del ataque de la migra. -Sigan con su evento chavos, estamos con ustedes. Los migras gritando -no apunten sus armas a Estados Unidos; queremos hablar con su jefe. Riesgo de conflicto internacional. Negociamos. -Pueden gritarles lo que quieran, nomás no los agredan. La Patrulla Fronteriza se retira, derrotada; los Federales se quedan, no nos molestan.

III. Tripear por la city
Las ciudades son personas. Mis recuerdos son lugares asociados a personas. Conocemos a las ciudades por sus personas y a las personas por sus ciudades. En Juárez se nos educa para ser músculo. Para guardar silencio. Producir, resignados a nuestro rol en la linea de producción global. Organización industrial de la sociedad. ¿Puede el músculo ser cerebro? Leer, escribir y pensar es lo que todo ser humano debe saber. Es lo que la escuela no enseña.
Al entrar a la universidad me organizaron un party en la maquila en que trabajaba. -Eres el primer estudiante de la uni que conozco. Dijo C al regresarme la credencial. Semestres después estaba aburrido. Cerebro y espíritu me gritaban que perdía el tiempo. Huí a la selva. Si los esquimales tienen treinta y siete maneras de llamar al blanco, debe haber un número similar para el verde en la Lacandona. Adopté los campamentos internacionales por la paz como escuela. Pobladores, insurgentes y milicianos, junto a catalanes, chicanos, sudacas, nórdicos, asiáticos, africanos, vascos, kosovares conectados al lenguaje universal que desarrolla la banda explotada y oprimida: la rebeldía. Misma sintonía: entender nuestras realidades, ayudar a transformarlas.
Mi búsqueda en modo de activismo me llevó a los grupos de izquierda. Me sentí en una religión predicando a nombre de los trabajadores qué hacer y cómo. No todo fue desperdicio. Recorrí el país con un electricista de Ecatepec y un petrolero de Papantla. Las instalaciones de Pemex y la CFE advirtiéndo de la privatización del sector energético, del saqueo de los recursos naturales. Entendí la importancia de elaborar periódicos, revistas y libros con nuestro pensamiento y acción.
Me sonaron a música los machetes rozando el asfalto en defensa de la tierra en Atenco. En la Barrikada de la Muerte, en Oaxaca, vi los usos alternativos que tienen los envases de refresco. Un pueblo organizado dando a la Policía Federal una sopa de su propio chocolate. Las mujeres siendo faro hacia los medios de comunicación. En Hartford, Cunnecticut, headquarter de los caza migrantes Minutemen, además del frío y la nieve, sentí el miedo que condena al encierro a mexicanos y ecuatorianos perseguidos por la ICE. La pesadilla americana. La vida para las deudas, el trabajo y la casa. -En sus caras veo el temor, ya no hay fábulas dice Cerati.
Me subo a las azoteas. Busco señales. Me habla la ciudad. Me muestra su furia. La resistencia invisible del día a día. Habla la montaña y la pared. ALTO al mujercidio, en el señalamiento vial de la esquina. No hay camino a la paz, la paz es el camino. Más que los actos de los malos, me horroriza la indiferencia. ¿Quién lo raya? ¿Quién lo lee? ¿A quién le importa? En el cerro: La biblia es la verdad, leela. Se escribe para exorcizar los demonios, para no explotar. Un intento por dejar registro de la no-resignación. Comunicación emergente en una ciudad sin tradición comunitaria. Dios ama a los pobres ¡imagínate si nos odiara! Mi ciudad pide clemencia en su demencia. ¡Mexicanos al grito de guerra! El arte es el lenguaje del alma.
Recorro la ciudad en trance. Subiendo y bajando calles, ocultándome del sol, de convoys y retenes. Resolviendo la vida en la frontera, el mercado de todo. Recuerdos y pensamientos bailan hombro a hombro en mi cabeza. Ante mis ojos las ruinas de la abundancia. Veo lo que fue y lo que podría ser. Me veo caminando por las calles antes de la destrucción. Haciendo fotos de la fiesta eterna y sus excesos. Desolación. 120 mil casas abandonadas. ¿Qué hay detrás de lo que alcanzo a ver?
La arqueología del presente ocupa mis días y mi mente. Pepenar la barbarie. Camino la ciudad hurgando, preguntando. Recopilo relatos y objetos que me den pistas para entender el drama humano que vivimos. Las piezas de una historia que no se escribirá. La historia de algo que no está ocurriendo. Entro a las casas deshabitadas e intento reconstruir lo que ahí pasó. Rescato los artículos personales sobrevivientes al abandono y saqueo. Fotos, libros, teléfonos, cartas, ropa, juguetes, cepillos convertidos en basura. La basura transformada efímeramente en mensajera del pasado, testiga de la ausencia. Platico con los fantasmas. Escucho risas y conversaciones. Veo niños correr. Residuos de logros y fracasos, de alegrías y festejos. Me invade la tristeza. Huelo la muerte, transpiro terror. La muerte me acompaña, me deja husmear, camina a mi derecha, me toca el hombro, intenta seducirme susurrándome al oído -esto es lo que hay, esto es lo que será, no hay mañana, el futuro es hoy. Juárez es el futuro.
Tengo un sobrino tocayo. A sus siete años cursa el segundo grado de primaria. Es observador y le gusta hacer videos. Blue y Osa son dos perros convertidos en su sombra. Cuando visito a mi hermana él es mi guía por su barrio. Hay dos parques sin árboles a unas calles. Los juegos están destruidos y rayados. Me lleva y me muestra los rastros de balaceras recientes, los orificios en la pared, las manchas de sangre, el lugar donde cayeron los cuerpos. Me acompaña a tomar fotos de casas abandonadas. En su cuadra hay tres completamente vandalizadas. Al explorarlas me cuenta quién vivió ahí y hace cuánto que se fueron, me señala los puntos que cree pueden interesarme y me llama la atención si no registro alguna habitación para luego decirme a modo de regaño -tío, no entiendo para qué quieres estas fotos.
Le regalé unos stickers: el Barrio Nómada en un trailer y el stencil de un chavo con el rostro cubierto lanzando una estrella como si fuera una roca o una molotov. Me los mostró pegados en su cuaderno. En su clase les gustaron, me pidió más. -¿Para regalarles? -Sí. Respondió. Luego resolvió que los vendería a dos pesos. Le dí varios. El stencil de dos mujeres besándose y la leyenda: en cada beso una revolución; la Virgen de Guadalupe con cananas y paliacate tomada de Chiapas; la Virgen con máscara antigás y la leyenda: protégenos santísima virgen de las barricadas, de Oaxaca; el texto ninguna guerra en mi nombre; un grafitti de los Batallones Femeninos con AK-47: soy mujer en todas partes; y un atardecer juarense: cielo rojo con cientos de aves a contraluz. Conscientemente evité darle dos. Al mirarlos pegados en mi compu me reclamó no tener de esos. Es el Presidente de país con las manos ensangrentadas y el texto: la juventud de Ciudad Juárez es un peligro para México, por eso la estamos exterminando; el otro es el Tío Sam señalando con el dedo y escrito: para que la droga llegue a nuestros hijos, matamos a los tuyos en Ciudad Juárez.
De niño tenía un tío que nos visitaba por las tardes. Era empleado de una tienda Duty Free en El Paso, Texas. Yo vendía en la escuela los artículos de promoción que regalan las tabacaleras y que él me traía de su trabajo: cinturones, gorras, juegos de cartas, lentes para el sol y encendedores con las imágenes de Camel, Marlboro y Kool. Jugábamos basketball en el parque de las tortugas a una cuadra de mi casa a la orilla del Río Bravo. La Negra, una perra malabarista que era mi fiel acompañante, nos observaba de cerca. Veíamos los edificios y residencias de Estados Unidos a cientos de metros, el contraste era evidente. Me contaba que hubo un tiempo en que todo eso era parte de México, yo le preguntaba que si así tan bonito.
Después de explorar su barrio acompaño a mi sobrino a la escuela. Unas niñas le gritan, él las saluda como queriéndolas ignorar. -No están en mi salón, me persiguen y me agarran los cachetes así. Me dice en tono de queja. Al regresar a casa de mi hermana le pregunto -¿sabes que hay unas niñas que le jalan los cachetes a tu hijo? -Sí, son de quinto y sexto. Como a ti ¿te acuerdas que yo te defendía? Me responde riendo. ¿La vida es circular, en espiral, cíclica? Además de ser yo, con mis yo internos que a veces entran en conflicto, descubro que soy también mi tío y mi sobrino.

IV. Ciudad de las armas largas
En casa de mi hermana le presto la cámara fotográfica a mis sobrinos, cinco niños menores de diez años. Minutos después los descubrimos tomándose fotos con una metralleta de plástico, en posiciones de desafío y sometimiento, de ejecución entre ellos. Se alarman mis hermanas. Pienso en las fotos de la prisión Abu Ghraib en las que se ve a soldados norteamericanos torturando y humillando a prisioneros iraquíes. Les quitamos cámara y arma. ¿Cómo pedirles que no jueguen a lo que ven todos los días? ¿Cómo educa una guerra? ¿Cómo van a ser estos niños de adultos?
En la mente una cascada de recuerdos de mi infancia. ¿A qué jugaba yo? Las imágenes de momentos en los que he estado cerca de las armas. ¿Qué relación he tenido con ellas? ¿Están las armas cada vez más cerca de mí?, ¿más amenazantes? Me veo de niño, mi padre enseñándome a usar un arma, a convivir con ella, manejarla, perderle el miedo pero no el respeto. Acompaña esas instrucciones con ejercicios físicos y pláticas de historia. Pasan las horas y las noches. A mi madre le disgustan esas enseñanzas. Termino con un chichón por no estar alerta cuando mi jefe me arroja el rifle que me acompañó por años.
Luego voy corriendo con otros niños, nos metemos en una casa. Nos alejamos de los gases lacrimógenos en el desfile deportivo del veinte de noviembre. Policías por todas partes, toletes y pistolas; personas golpeadas. ¿A dónde se fue mi hermana? Es el verano caliente del 86. Fraude electoral, desobediencia civil, toma de puentes internacionales y carreteras.
De pronto estoy con el J, un veterano de la guerra en Vietnam. En Juaritos había un chingo. En todos los barrios de mi infancia anduvo siempre algún paisa que peleó a nombre de los gringos en Asia. Esos batos piratones me despertaban la curiosidad. Además de locos y extravagantes hablaban de armas y de cómo se preparaban para el futuro apocalíptico. Me cuenta que -el mejor rifle de asalto es uno ruso que le dicen cuerno de chivo. Se queja -muchos compañeros se quedaron en la selva porque se les encasquilló su arma.
En la secundaria, A nos lleva a ver las armas que tiene. Hay cortas y de asalto, automáticas y semiautomáticas. No hay nadie en casa. No las disparamos porque no tenemos las balas. Un día llega a la escuela con medio dedo destrozado, con la explicación del disparo accidental. Otro día ya no llega, tampoco otros dos compañeros. En las noticias vemos que se desmanteló una banda de adolescentes robacarros liderada por un agente de la Judicial.
Estoy en la ciudad de las armas y las caras largas. Las veo siempre no importa a dónde vaya ni qué esté haciendo. Tomé conciencia de su cercanía a partir de dos experiencias. La marcha de cinco mil personas pidiendo una Solución para Juárez. Médicos, maestros, estudiantes, comerciantes, niños, artistas y civiles armados con fusiles de asalto. El intento de ocultarlos en costales los hace más evidentes. Eran guaruras de algunos manifestantes. Caminé(amos) incómodo(s). En el campamento donde se velan los cuerpos de dos activistas asesinados hay un cerco de la Policía Estatal. Nos rodean agentes vestidos de negro, encapuchados. Sus armas de alto calibre listas para usar apuntando al frente. Estoicos nos observan y vigilan el perímetro. Les gritamos -¡asesinos!, ¡tú también eres pueblo! Cuando vamos por unos huevos para arrojárselos me dice una mujer -no agredan a los agentes, vinieron voluntariamente, es su tiempo libre, se ofrecieron para cuidar a mi familia y al plantón. ¡Ah cabrón! Nos siguieron a todas partes. Entraban al baño en las casas. Tensión. Intentas hacer lo normal pero junto a ti hay personas armadas y no las puedes ignorar.
La amenaza de las armas no ha sido sólo en Juárez. De la emoción de estar en casa del nuevo integrante del Panteón Rococó paso de golpe a la indignación por la masacre de 45 indígenas en Acteal. En unos días estoy en Polhó en los altos de Chiapas hablando con los sobrevivientes. Unas horas después en la montaña huyendo de paramilitares y soldados que amenazan con atacar Oventic. Siento la cercanía de la muerte. Por primera vez en mi vida soy consciente de que puedo morir ahí mismo. Las armas de los insurgentes encapuchados nos acompañan durante horas montaña arriba en un éxodo desesperado entre frío, lodo y lluvia permanente en forma de una espesa neblina.
Tomamos prestadas unas estaciones de radio para leer los mensajes y denuncias de Acteal. Al instante tenemos helicópteros sobrevolando, policías de todos tipos rodeando las instalaciones, cobertura en vivo en cadena nacional y al Secretario de Gobernación preguntando qué pedimos para salirnos. Cientos de personas que acuden a apoyar nos sirven de cordón de seguridad para subir al microbús que nos sacará de ahí. Con todos a bordo, un grupo de judiciales con rifles nos rodea al grito de ¡deténganse cabrones, esto es delito federal! Veo dos cañones apuntándome a menos de un metro. Los vence la multitud empujándolos para abrirnos paso. El microbusero nos dice -no se preocupen, ahorita los saco de aquí. Arranca a madres serpenteando por las calles del Distroyer, a la cabeza de una caravana de periodistas y policías.
En La Realidad, converso con el Mayor Moisés, que me llama el de Juárez. Me habla de armas y tipos de combate. Yo le comparto tips para aprender inglés. Platico con Gabriel, me cuenta cómo se convirtió en insurgente, cómo es su vida en la montaña, las batallas en que participó en el 94, el intento de descabezar al EZLN en la traición del 95. Me guardo una bala de una charla de Marcos con estudiantes de la UNAM en huelga. Retenes militares, helicópteros artillados, aviones, tanquetas, vehículos anfibios, lanzagranadas, metralletas y miles de soldados son parte del paisaje. Puedo sentir lo que es vivir en una zona de guerra.
Conduciendo en Chihuahua, nos encontramos varias personas con celular en la mano. Nos hacen señas que no logramos descifrar. Asumimos que ocurrió un asalto. Hay neblina ¿o humo?, ¿a qué huele? Al ir contando que a N la asaltaron en una farmacia en Juárez, veo a alguien debajo de un auto, aparece otro y otro más. En una fracción de segundo me cae el veinte. Huele a pólvora, están acribillados, son cinco. Se lamentan y retuercen, uno grita. Al bajar un pie para tomar fotos se escuchan disparos. Nos largamos de ahí. Vienen decenas de patrullas. Eran policías los ejecutados.
En el D.F. conozco a H, despedido de una fábrica de galletas por invocar sus derechos laborales. Jornadas de doce horas obligatorias sin pago de tiempo extra, la principal violación. Manifestaciones a puerta de fábrica. Las primeras en veinte años de paz armada en la zona industrial de Vallejo. En la Junta Federal se dirime el conflicto, la lleva de ganar. La empresa pasa a la ofensiva. Sus abogados le recomiendan que no pida la reinstalación -tu sabes que las instalaciones son peligrosas, te puede ocurrir un accidente. Con violencia, nos impiden la entrada a la Junta; nos defendemos, logramos entrar. El jefe de seguridad se disculpa. Por la tarde me visitan unos tipos. Me muestran un arma y me dicen me están observando.
En microbús, visito a H en la San Felipe. Con audífonos puestos voy viendo a la ciudad correr. Soy El lacayo de la calle me cuenta Jaime López. Movimientos extraños en el micro me sacan de mis pensamientos. Enfrente, un tipo tirando un rollo; atrás, otro con una pistola. Nos están asaltando. Recogen teléfonos, joyas y carteras. Me hago pendejo con la música. Me apunta con la pistola. Saco cinco varos y se los doy. Clava dos segundos sus ojos en los míos y se bajan. Le cuento a H y le da risa.
San Luis Potosí, decenas de Policías Estatales con armas de alto poder resguardan la fábrica de botellas. Plataformas de trailer con bocinas a todo volumen impiden que tengamos contacto visual y auditivo con los trabajadores en el interior de la planta. Están realizando la votación para elegir a su sindicato. Conatos de bronca, gritos, amagos, golpes, amenazas... corte de cartucho. El año anterior el Sindicato Independiente logró el mayor aumento salarial en todo el país.
El invierno 2009-10 en Juaritos fue la locura. Mucha sangre. Masacres de estudiantes y en centros de rehabilitación; camiones con trabajadoras de la maquila rafagueados; extorsión en escuelas y fábricas; amenazas de decapitar niños; salones de baile y centros escolares incendiados; protestas. La muerte vestida de terror verde olivo. Ir por pan en la noche era viajar a la Argentina en los setenta. Anhelábamos la playa, la tranquilidad. Sentir que nuestra vida no está en riesgo, dejar de cuidarnos siempre. El Zyrko Nómada Kombate se mueve a Oaxaca. Estamos a toda madre, relax, hasta que inicia la Guerraguetza.
La Policía Estatal desaloja del zócalo un campamento de comerciantes, maestros y desplazados de Copala, nuestra residencia. Se arma la campal. Lesionados de ambos lados. Compas detenidos. Ocho de quince del ZNK. En Juárez nos matan, en Oaxaca nos encarcelan. Esposados, con la cabeza cubierta y acostados boca abajo en una camioneta, nos llevan a las afueras de la ciudad. Siento el metal frío del rifle en mi cabeza a cada brinco. -¡Vas a valer madre!, ¿quienes son ustedes?, ¿quién los mandó?, ¿por qué nos respondieron?, ¡te vamos a matar! Cuando logro ver, en primer plano está el cañón del rifle, luego el policía a contraluz, de fondo encuentro el cielo de Oaxaca ¡tan azul y tan blanco! Cierro los ojos para grabármelo, por si acaso... me digo.

V. Ciudad de la muerte
¿Por qué en cualquier lugar que visito se vive mejor que aquí? No hablo sólo de la guerra, la militarización y los muertos. Hablo de lo que somos, lo que comemos, lo que conocemos y soñamos, lo que hacemos y pensamos, cómo nos divertimos. ¿Por qué mi padre murió a los cuarenta y mi madre pasados los cincuenta años? ¿Calidad de vida? ¿Crecimiento? ¿Desarrollo de los potenciales humanos? ¡Noooo! Maquila de humanos. Escuela de zombies. Personas desechables. Ciudad de los negocios=>Sucursal del infierno=>Ciudad fantasma. En la capital de la muerte se nos niega la vida. Hijo de zombie, zombie serás. ¿Por qué en cualquier lugar que visito la gente sabe lo que ocurre aquí y le horroriza? En Juárez la población fue asesinada antes de empezar la guerra y así, muerta, sigue haciendo su vida.
Mentalidad funeraria es la de Juárez. Presentarte las muertes como algo normal. Venderte tu muerte en plazos. Tanatología de primer nivel. No importa quién ni cómo muera, la vida continúa. C'est la vie. Encobijado, entambado, decapitado, encajuelado, ejecutado, destazado, colgado, violada, desaparecida, asesinada son parte de nuestro léxico desde niños. Las campañas de limpiarle la imagen a la ciudad son permanentes. Se reproducen por inercia. El oficio de embalsamar la realidad se maneja con destreza. Mostrar una ciudad en apariencia normal, que oculte y niegue la descomposición, lo pútrido.
Así como no puedes bailar con el diablo y no quemarte, no puedes vivir en la ciudad la muerte y no morir. La ciudad mata. A unos de golpe a otros lentamente pero a todos mata. Se puede tener una muerte tipo estrella de rock, al estilo de Jim Morrison, Janis Joplin, Jimmy Hendrix, Kurt Kobain o Amy Whinehouse. En Ciudad Juárez se vive rápido e intenso y se muere joven dejando un cuerpo hermoso, aunque claro, perforado por el plomo.
Pero es quizá la muerte lenta la peor por no permitir tomar conciencia de que mueres, por obligarte a aceptarla, por aprender a convivir con ella. Te instala en el miedo constante. Te mata el espíritu, la voluntad. Te abruma. Te presenta el aquí y ahora como lo único posible. Te niega la posibilidad de pensar que puede ser distinto. Te hace olvidar que hace poco era diferente, había planes, sueños e ilusiones. Te convierte los sueños en pesadillas. Te estaciona en la supervivencia cínica y egoísta de cada quien a lo suyo aunque padezcamos las mismas miserias materiales y espirituales. Aunque nos amenace el mismo peligro. Basta salir unos kilómetros para notarlo pero ahí está la clave. Quienes se resisten a ver esta realidad repiten el lugar común de que en todos lados es lo mismo. Ese es el engaño, no en todas partes es igual.
Aquí todos son días de muertos. Se vive en duelo. Aún lloras la muerte de un familiar cuando sigue la de un amigo, vecino o compañero. Cada muerto es morir uno mismo. Al morir uno morimos todos. La muerte nos va cercando, delimita su espacio. Todo(s) le pertenece(n). Muere un raterillo del barrio, un pushador, matan asaltantes, secuestradores, policías, yunkies, extorsionadores, sicarios, la raza movida ¿un maestro?, ¿activistas?, ¿artistas?, académicos, periodistas, raperos, estudiantes, poetas, mujeres, niños. ¿Es esto una guerra para protegernos? El arte de la guerra radica en el engaño, es su arma fundamental.
J entra en mi habitación a pedirme que lo acompañe porque tiene miedo. Pensando que la fuente de su temor no puede ser la película infantil que está viendo, supongo alguna otra razón: estar solo, la oscuridad, fantasmas, el coco. Intento razonar con él diciéndole que no está solo, ahí está P y nadie más; los fantasmas no existen; podemos dejar la luz encendida. Me pregunta si puede entrar alguien a la casa. Le respondo que no, no puede entrar nadie. El candado está puesto en la reja, la puerta cerrada con llave. No se convence plenamente pero accede y baja. Regresa diciendo que la puerta no está cerrada. Ya no está dispuesto a dialogar, me jala y me lleva a cerrarla. Veo a P entretenido con la película. Justo al terminar de ponerle llave a la puerta, suelta la pregunta que le da sentido a su insistencia y desnuda mi insensibilidad -¿ya no van a poder entrar los de las pistolas? Avergonzado, esbozo un tímido -no J, ya no van a poder entrar los de las pistolas.
J tiene cuatro años, es hijo de S, una cantante de rap. Dos hombres armados entraron a su casa mientras él jugaba con sus hermanos. La registraron, tomaron cámara, teléfono celular y se retiraron. Antes de que pudieran asimilar lo que ocurría volvieron para rafaguearla. El sonido los ensordeció, los paralizó. Al platicarme, S me recuerda que más de seis raperos han sido asesinados. -Cantamos lo que vivimos, lo que vemos.
H tiene veintiún años, tras una semana casada vuelve a su vida de soltera. Asesinan a su esposo cerca del periódico en el que trabajaba como fotógrafo. Aún no entra a la nueva vida cuando ya es otra vez nueva vida.
Visito a la familia R, corrijo, visito una parte de la familia R. El asesinato de seis de sus miembros la ha fragmentado. Obligados a dispersarse han vivido persecución, aislamiento e incomunicación. Su delito, la denuncia de la militarización y la defensa de los Derechos Humanos. Una familia, varias ciudades, varios países. Dolor y coraje.
D tiene cuatro meses acostumbrándose a la ausencia de su pareja. Recibe una llamada. Es él. ¿Y el cuerpo? ¿El velorio? ¿El entierro? ¡La noticia en la televisión! -¿Por qué no me dijo? ¡Yo llorando como pendeja! ¡Nomás que hiciera una llamada! ¡Una llamada!
Hace unos meses murió mi madre. Un cáncer en los huesos le impidió llegar a los 56 años. Sus últimas semanas las pasó en la cama. Al visitarla, caminando por los pasillos del hospital, la antesala de la muerte como le llama Saramago, platicando con médicos y enfermeras, familiares de pacientes, vigilantes y vendedores de comida descubrí varias cosas. La cantidad de enfermos, el tipo y el tiempo en que se desarrollan los padecimientos y la edad a la que mueren está muy por encima de la media nacional. Un médico me hablaba de que estamos ante una situación que podríamos nombrar epidemia de cáncer. ¿Las causas? La comida, el estilo de vida, el estrés, el miedo e incertidumbre permanente, las preocupaciones, el tipo de trabajo. En resumen: la ciudad. -La ciudad nos está matando concluía. Adicciones, depresión crónica, diabetes, hipertensión, obesidad y envejecimiento prematuro completan el cuadro. -Los jóvenes se ven envejecidos, eso no pasaba en mi generación dice Z.
Unas semanas después la Policía Federal asesinó a un hermano de mi cuñado y detuvo a otro culpándolo de un choque que ellos ocasionaron. Buscando hacerlo pagar los daños totales de la camioneta-cuasitanque que impactó su auto compacto modelo 82. Del hermano asesinado no pudieron ver el cuerpo. Lo recibieron en un ataúd sellado. Lo reconocieron por la foto de un tatuaje y la ropa. Las razones, la forma del asesinato y el estado en que quedó el cuerpo son un misterio. Se le vio con vida por última vez en una camioneta de Federales, igual a la que embistió a su hermano. Días después falleció el abuelo. La familia dice que de la impresión.
Mi hermana, de treinta y tres años, fue hospitalizada de emergencia por una amenaza de derrame cerebral. No la diagnosticaron, no la trataron, le recetaron pastillas para dormir. Luego tuvo síntomas de infarto. Hace unos días hospitalizaron a su suegra. Se rompió la cadera caminando al trabajo. Está en cama en espera de ser operada. No hay prótesis en la clínica. Mi cuñado se ha empezado a sentir mal. Dos visitas al Seguro Social y esperas de horas sin ser atendido lo convencieron de adoptar el mismo tratamiento que mi hermana. Comparten las pastillas para dormir. Se preguntan por qué les pasan tantas cosas desagradables en tan poco tiempo.
Otro de mis cuñados fue testigo de un asalto bancario. Vio cómo le metieron una bala en la frente al guardia de seguridad a dos metros de él. No durmió en varios días. Traumado ya no quiere saber de bancos y envía a su primo. También le toca un asalto. Le quitan siete mil pesos del depósito que pretendía hacer y su teléfono. La policía frustra el asalto y detiene a dos de tres asaltantes. Reportan catorce mil pesos recuperados. El banco reclama treinta y cinco mil y tiene prioridad. Adiós al dinero. Le regresan el teléfono. Ya no quiere saber de bancos. También se le dificulta dormir. Los Federales agradecen el regalito y festejan esa noche a su estilo: con drogas, alcohol y sexo con niñas-adolescentes.
Afuera de su casa, a la luz del día, intentan levantar a dos de mis sobrinas de doce y quince años. La intervención de mi hermana que salió gritando logra ahuyentar a los captores. Ya no quieren salir ni a la tienda, tienen miedo. Viven un encierro obligado. El síndrome Rapunzel. La menor es hija del que presenció la muerte del guardia en el banco. La otra había sido invitada a una fiesta en que masacraron a catorce estudiantes. La familia se pregunta por qué pasan esas cosas.
Otro sobrino, de nueve años, ve frente a su casa cómo le disparan a un tipo que muere al instante. Corre atemorizado a esconderse. Al irse los sicarios, él y sus amigos se acercan a ver los sesos esparcidos del vecino. Su hermano de once años escuchó los balazos desde el interior de la casa. Dice que no le gusta Juárez, que se quiere ir, que no quiere ver cómo matan a la gente. Su papá trabaja en una tienda de conveniencia. Un día evitó que un solitario asaltante se llevara la venta de la tarde. Una semana después se aparecen unos hombres armados buscando al héroe. Es su día de descanso. Le dejan amenazas de muerte. La empresa lo suspendió dos meses sin sueldo por seguridad.
Mi primo me cuenta que escucharon desde su cama ráfagas durante cinco minutos y remata -yo no conozco a nadie que no haya sido testigo de una balacera. Me muestra los impactos de bala que hay en la puerta de su casa -aquí quedó la cabeza, se quiso meter, ya no alcanzó. Su hermana me relata una ejecución a unas cuadras de su casa al viajar con su esposo y tres hijos al mediodía. Los sicarios les advirtieron -quítense o también a ustedes les toca. Me dice -en mi colonia empezaron a poner cruces y flores en cada lugar donde mataban a alguien. Mi calle ya parece panteón.
Mi tía recuerda las ráfagas de año nuevo -el perro lloraba de miedo, tuvimos que meterlo a la casa. Anda, si aquí parece que ya todos tienen cuerno de chivo. Narra dos veces esta historia que le impacta: -Una amiga va caminando con su hija, ven pasar dos camionetas nuevas y dice ¿qué bonitas trocas, con quién irán? Minutos después escuchan balazos. Corren a casa y encuentra a sus dos hijos acribillados. A su hijo, hombres armados lo interceptan a la salida de la escuela. Lo amenazan y lo usan de mensajero: que la persona X se comunique al teléfono que le acaban de quitar. A sus dieciséis años no sabe cómo manejarlo. ¿Qué va pasar? ¿Deja de ir a la escuela? ¿Lo denuncia? ¿Se encierra? La familia preocupada. ¿Cuál es la historia de cada familia juarense?

VI. Ciudad de rodillas y encañonada
La ciudad de las segundas, las ventas de garage. Encuentras cinco, seis en una calle. Ropa, juguetes, chácharas, trastes. Lo que se guarda por años antes de descubrir que no se utilizará. Es buen momento para hacer limpieza y obtener un ingreso. Mi casa de sedentario se conservó intacta durante cinco años. Una cápsula del tiempo acumulando polvo que me sirvió de refugio en mis visitas. Decidí sacarlo todo. Me vi colgado en oferta a tres piezas por veinticinco pesos. Pantalones, camisas, abrigos, muebles, libros, películas, discos, arte. Mi graduación en desapego.
-La maquila te aniquila ése. ¿Crees que voy a trabajar en la macabra después de ver cómo se chinga a mis jefes? Que llegan directo a la cama. Mejor le busco vendiendo, tracaleando. Batallando, pero soy mi propio jefe. Dice T, primera generación nacida aquí de una familia de migrantes de Coahuila y Zacatecas que encontró en la maquila una opción de vida. La posibilidad de volver a empezar. Él prefiere su puesto ambulante de accesorios para computadora y copias de películas, música y videojuegos que él mismo hace. Va rolando por los mercados populares que han proliferado. La oferta es grande a precios de ganga, faltan los clientes, falta la lana.
La economía informal como alternativa ante los empleos precarios, sin prestaciones ni garantías. La incertidumbre de no saber por cuánto tiempo se podrá conservar. El dinero no alcanza para cubrir deudas, recibos de servicios, transporte, inscripciones escolares y comida. Mientras la propaganda oficial anuncia una disminución en el número de asesinatos por día, miles de empleos se pierden en un abrir y cerrar de ojos.
J y L son dos mujeres rebelándose a su destino. Independizadas de sus padres estudian sociología en la universidad pública. Hacen equipo para mantener un kantón, comer y cuidarse. El trabajo de tiempo completo quedó descartado tras un semestre de dificultades. -O estudias o trabajas, las dos no se arma. Nada más te estás haciendo wey y andas jodida todo el día. Pero si no trabajo no estudio ¿quién me da de comer? Las becas de la uni las tienes que pagar con trabajo. Te salen más caras que lo que te ayudan.
Están en una economía de resistencia. Venden dulces y participan en un comedor estudiantil autogestivo. Disminuyeron su consumo al mínimo. Cambiaron transporte público por una motoneta que mueve a ambas durante la semana por el equivalente de lo que gastarían en un día de camión. La arman en el día a día pero vislumbran el problema por venir: la cuota universitaria semestral. -Se supone que la uni es pública pero están bien altas las cuotas, mucha gente se queda fuera. Si de verdad quieren que esto cambie deberían demostrarlo apoyando la educación. ¿De dónde vamos a sacar dinero? Ya le dimos vuelta a todas las opciones. Estamos considerando meternos a trabajar unos meses en un bar. En la maquila ni locas.
Dos de mis primos que de morros la rolaron en pandillas y drogas, son ahora discriminados en los escasos trabajos. Los tatuajes, apariencia y antecedentes los excluye en automático. Viven al límite. Con la voluntad de incorporarse productivamente a la sociedad y la realidad de estar en la sobrevivencia. La dificultad de conseguir empleo ante la responsabilidad de una familia. La tentación de volver ante los obstáculos para salir. Los apuros de la vida frente a la seducción del crimen. -Ayúdame a vender, te va ir bien. Mírame a mí, ropa nueva, teléfono, carro. Prefiero esto que no tener nada, aunque me maten. Que mi esposa y mi chavito se queden con el recuerdo de que yo era bien chingón.
Esa mañana me recibieron en la escuela una ambulancia, policías y bomberos. Se encontró el cuerpo de una mujer. El inicio de la pesadilla nombrada feminicidio. Revivió un nombre de mi infancia: Nubia. Extraviada y posteriormente encontrada por el aeropuerto. Me impactó por tratarse de una niña y porque las palabras violación y sadismo no tenían definición para el niño que era yo. Años después, volvían en notas de periódico y televisión. Se hablaba del tema pero interesaba en sí el fenómeno, no su resolución. Se le trataba como si fuera algo lejano y no grave. En la escuela, mis compañeros bromeaban con ser el misterioso violador.
2010 fue el peor año en feminicidios de la historia; 2011 lo superó. El número de mujeres desaparecidas y asesinadas aumenta día con día a la par de los muertos. Crece el dolor y la indignación. Las madres gritando su reclamo de justicia.
M graba un video y nos entrega una imagen de su hija para mostrar durante el A-Kminar Tour. El Zyrko Nómada de Kombate llevando las voces de Juaritos por el país. Mineros de Cananea, padres de la Guardería ABC en Hermosillo, maestros de Oaxaca, colectivos y organizaciones de Tijuana a Cancún la escuchan -el mensaje para ustedes es que no se rindan, que en algún lugar del mundo vamos a encontrar justicia, que sigan adelante y que tenemos que ser en este país punta de lanza para encontrar justicia y para encontrar paz y para hacer valer nuestros derechos ¡ánimo y adelante! En San Cristóbal de las Casas nos enteramos de su asesinato en la puerta del Palacio de Gobierno del Estado. El asesino confeso de su hija fue liberado.
Días después asesinan a S, le cercenan la mano izquierda con la que escribió miles de veces ¡Ni una Más! El grito de batalla que alertó mundialmente del feminicidio.
Éxodo por la Vida de las Mujeres. Dos semanas de viaje, diez estados, quince ciudades, una campana, treinta mujeres. L me narra el camino recorrido por su familia. La búsqueda de su hija se hizo exigencia de justicia tras el hallazgo de sus restos. Juárez nos recibe con su habitual carga de violencia. Policías con el rostro cubierto nos hostigan. -¿Quiénes son?, ¿qué piden?, ¿quién está a cargo? Frente a nosotros una pistola y un rifle en nuestra cara, apuntando a todos lados. Nosotros buscando no quedar en la mira. Estos cabrones no nos dejan ni comer. En mi cabeza dando vuelta la fantasía de quitarle la pistola. L lee mi pensamiento. Sintoniza sus ojos al pasado -no sabes cuántas veces me vi quitándole la pistola y disparándole a los ministeriales que acompañaba durante la búsqueda de mi hija. Fui viendo que eran puras falsas pistas que me hacían sospechar que estaban involucrados. Sentía que esos mismos con los que iba a buscarla eran los que la tenían. Me daba mucho coraje. Lo veía como una burla.
A N le asesinan a su hija. No llega la justicia. Como activista junto a otra hija se vuelven blanco de amenazas. Le incendian la casa. Le meten cinco balazos. Sobrevive. La apuñalan. Sobrevive. Viven exiliadas.
C, tuvo problemas. La adopto como sobrina. Impulsiva, riñe con los hombres en la comuna del Zyrko. Tiene fuego en sus ojos verdes con los que penetra las personas para decidir si son de fiar. Haciendo rabietas me dice -aaahhhh, estoy enojada y no sé cómo sacarlo. -Escríbelo y cántalo. Me mira unos segundos y se va. Por la tarde tiene una rola de rap -tú que me ves por la televisión o por otro medio de comunicación. Avisándote que la calle está caliente, porque cada día matan a más gente. Nombre nuevo: Mc Furia. Lo que siente una morra de dieciséis años que dejaron sin mamá a los seis.
Dos lugares emblemáticos concentran lo que ocurre. Despojo, especulación inmobiliaria, violencia institucional, paramilitares, negocios trasnacionales, industria aeroespacial e informática, sobrexplotación laboral, trasiego, feminicidio, muerte y resistencia. Lomas del Poleo y el Valle de Juárez.
La guerra no viene sólo vestida de balas. Es también millones de dólares destinados a restablecer el tejido social a través de la Secretaría de Estado norteamericano y gobiernos mexicanos. Se le pone precio a la sangre. Reparten migajas del botín con el objetivo de destruir los esfuerzos de organización y distraer la respuesta social. Zanahoria o garrote son las opciones que ofrecen. Artistas, trabajadores sociales, académicos, abogados, periodistas, activistas, asociaciones civiles, educativas y religiosas entran a la nómina avestruz. La lógica de la simulación y autoengaño. Fingir que haces para aparentar que cambia algo.
Autoridades locales y federales se disputan los negocios de la guerra y el tráfico apadrinados, o mejor dicho, al servicio de alguna de las mafias empresariales. Hay redobles de guerra. La calma es aparente. En los cálculos de lucro económico individual no hay trabajo, educación, salud y comida para todos. Los mensajes son claros: los negocios mandan, los humanos somos negociables, los humanos somos prescindibles. Los negocios se defienden con las armas a costa de los humanos. Los juarenses ya no tenemos valor alguno en el mercado mundial, sobramos seres humanos. ¿Cuántos miles más moriremos? ¿Es esto una crisis humanitaria? ¿Es Juárez una trampa mortal? ¿Es lo mismo en todas partes? ¿Ha pasado ya lo peor? ¿Es Ciudad Juárez el futuro?

VII. Ciudad espejo
¿Cómo se descompone una sociedad? ¿Cómo se convierte una ciudad en un infierno? ¿Cómo se mata a diez mil personas? ¿Cómo se desaparece y asesina a miles de mujeres? ¿Cómo opera el juvenicidio? ¿Cómo avanza el exterminio? ¿Cuánto cuesta silenciar a un pueblo? ¿Por cuánto tiempo se puede hacer? Condenamos que se trafique, extorsione, secuestre, torture, mate, robe y viole. Cuestionamos a autoridades y sistema; los culpamos de nuestros males, de la guerra, de la muerte. Le reclamamos su voracidad y destrucción, su deshumanización. ¿Somos menos inhumanos nosotros? Con nuestras vidas rectas y perfectas. ¿Hemos sido contagiados? ¿Nosotros somos (también) ese sistema? ¿Cuánta de nuestra energía lo apuntala? ¿Cuánto de nuestro trabajo lo cuestiona, lo combate? ¿A quién beneficia nuestra inteligencia y creatividad? ¿Para quién trabajamos? Oponerse a la destrucción es oponernos a nosotros mismos, a la inercia, a la degradación humana, a la decadencia, al cinismo e indolencia; al nihilismo. ¿Cuánto cuesta socialmente nuestro estilo de vida? ¿Cuánta explotación? ¿Cuántas vidas humanas? Cuestionar la guerra es cuestionarnos a nosotros mismos. Nuestra vida, nuestro confort, nuestras quimeras y burbujas, nuestra evasión, nuestros chivos expiatorios, nuestro silencio ¿cómplice?, nuestra ¿existencia? ¿Qué estamos dispuestos a cambiar? ¿Queremos existir? ¿Queremos hacer nuestra historia? Subordinados somos nada; mercancía, brazos, un cerebro, una cifra, un objeto, una historia, un muerto que camina, ¿un ladrillo más en la pared? Ante la barbarie tenemos la memoria y la palabra. Al hacer consciente nuestra existencia inicia nuestra existencia. Al hacer registro de nuestra vida la estamos defendiendo. Los humanos existimos al rebelarnos a nuestra condición.

VIII. La Ciudad del Sol
A El Paso, Texas se le conoce como Sun City. Me asoleaba en ella de niño con mis padres. Formábamos parte del ejército de trabajadores que cruza la frontera a realizar las tareas que a ellos les disgustan. A mi jefa le correspondía limpiar el interior de los kantones. A mi jefe darle mantenimiento al exterior. Yo alternaba entre los dos. Mi jefe pasaba legalmente la frontera. Por un dólar cruzábamos el río mi jefa, mi tía y yo acostados en una cámara de tractor. Agazapados esperábamos los cambios de turno de la migra, brincábamos el tren y corríamos al bus. Aprendí a burlar a la migra, los oficios y la lección fundamental -nunca digas que no puedes hacer algo, si no lo sabes aprende haciéndolo. A los trece años, dejé mi trabajo en Juárez por uno en El Chuco.
El cambio me cayó bien tras estar dos años encerrado cuatro horas diarias en un supermercado. Ahora trabajaba al aire libre; ganaba dólares y gastaba pesos; recibía ropa y muebles de regalo; conducía los autos que lavaba, me metía en las albercas, me tiraba en el césped. Conocía lo más nuevo de la tecnología.
Le encontré tal gusto a las incursiones durante el verano, que minimizaba el cansancio y que me estuviera literalmente tostando en la Ciudad del Sol. Cambié el bus por una bicicleta para explorar con mayor independencia. Disfrutaba el viento en mi rostro en bajada libre por la Montana. La adrenalina de sincronizar con los semáforos en kilómetros de pendiente. Correr millas decía mi jefe. Descubría la ciudad contrastándola. Calles amplias sin gente en ellas, señalamientos viales, respeto al ciclista, todo limpio. Aromas artificiales y naturales. Una ciudad que huele distinto a Juárez excepto por un olor. El de la esquina de mi barrio presente en las casas en que trabajaba. El olor a marihuana quemada. Eran nuevos ricos de origen mexicano. Encontraba espejos con polvo, jeringas usadas y botellas de whiskey. Cuando pregunté cómo podían tener esas casas con sus negocios vacios mi jefe respondió -usted no pregunte.
Recorría atentamente la ciudad. Me clavaba en los tatuajes de los rockeros. Llamaba mi atención ver tantos militares, sus privilegios. El trato que les daban. Las tiendas anunciaban descuentos a empleados federales y soldados. Tenían prioridad en todo sobre el resto de la población. Años después tomaría ventaja de ese hecho que se me grabó. Como una prueba de la porosidad de toda sociedad militarizada, durante las movilizaciones antiguerra, cruzaba la frontera sin papeles con esposa e hijos de un militar en su clon de rápido y furioso. Mientras él combatía a la resistencia iraquí en Fallujah.
Continuando las costumbres de mi padre al finalizar la jornada, con refresco y hamburguesa me tiraba frente al aeropuerto a ver aviones. Nuestro favorito era uno de la NASA que llamábamos La Ballena. Intentábamos identificarlos. ¿Es F15 o F16? ¿Un Boeing? ¿De cuántos pasajeros? ¿Civil o de combate? ¿De dónde viene? ¿Un Hércules? ¿Un helicóptero Apache? ¿Un Black Hawk? Detrás del aeropuerto civil se encuentra el Fort Bliss. Hogar del Mando de Defensa de Misiles, brigadas de la Defensa Aérea Artillada y el Ejército del Aire y del Centro de Defensa de la Fuerza Aérea de la República Federal Alemana.
Una vez al año puede verse y tocar esos aviones y otros antiguos en el Amigo Air Show. Una muestra del desarrollo del poderío aéreo. Las máquinas pintadas en colores primarios con caricaturas, un recordatorio de la maestría de hacer de la guerra un espectáculo apto para toda la familia.
Perfeccioné con mi padre las formas de burlar a la migra. Pasaba frente a ellos a contra flujo por el Puente Libre vestido de americano deportista con balón en la mano. Otras veces en baika me les pelaba en sentido contrario por la lateral del Freeway. Me escondía un rato. Los veía buscarme encabronados. No siempre la libré. Persecuciones y detenciones, el peligro de andar solo y las tardanzas por mis exploraciones de niño del tercer mundo por el Imperio, llevaron a la prohibición de continuar.
Un revés a mi libertad y aprendizaje. El destino me compensaría. Por lo pronto, volví a ser asalariado en Juaritos. Cumplidos los catorce años alteré mi acta de nacimiento para entrar a una maquila. Tras las vagancias en el extranjero algo quedó claro: la exploración era lo mío. Así que elegí, en complicidad con mi jefe y tío, la más lejana que encontré.
Combinaba trabajo nocturno y escuela matutina. Fui asignado al laboratorio de un área llamada Military pills. Convivía con tecnología: microchips, rayos x, microscopios ópticos y de electrones. Para capacitación, nos enviaban a la matriz en Fort Wort, Texas. Fabricábamos componentes infrarrojos para misiles utilizados durante la Guerra del Golfo Pérsico. En la escuela escuchaba las explicaciones de esa guerra, en el trabajo los regaños por fallas en la producción y en casa veía en tiempo real cómo se destruye un país desde el aire.
The future of the army is Fort Bliss...the place you want to be es el eslogan de la segunda mayor instalación del Ejército Norteamericano. Sólo detrás del adyacente Campo de Cohetes y Misiles de White Sands (WSMR). Un total de 12700 km2 que incluyen el North Oscura Peak (un laboratorio de investigación de la Fuerza Aérea); el Otera Mesa Bombing Range, lugar del primer ensayo atómico exitoso; las mayores instalaciones del Comando de las Fuerzas (FORSCOM, a cargo de 750 mil cráneos); la más grande área de prácticas y maniobras militares; y la mayor extensión contigua de espacio aéreo sin restricciones en el territorio continental. Que se utiliza para entrenamiento y pruebas con misiles y artillería.
El Fort Bliss es parte de la historia bélica de Estados Unidos. Base del General Pershing durante la expedición punitiva buscando a Pancho Villa. Cuna de la industria aeroespacial con la llegada de cien científicos alemanes al final de la Segunda Guerra Mundial bajo la Operacion Paperclip. Botín de guerra. Prisioneros de paz a los que se les borró su pasado nazi. Lugar de desarrollo y prueba del equipo anti-aéreo y de misiles durante la Guerra Fría. Uno de los principales centros de despliegue de tropas a Vietnam, Irak y Afganistán. Dio entrenamiento a las fuerzas afganas e iraquíes para la era post-americana. El Presidente anunció ahí el fin de la ocupación de Irak.
Bajo el programa de Realineación y Cierre de Bases (BRAC), experimentó el mayor crecimiento de cualquier instalación. Se construyó un Área de Espera y Alerta y de Preparación para la Defensa. Se retiraron áreas vinculadas a misiles y se fortalecieron otras como la Fuerza de Tarea Conjunta del Norte (JTF North) que se especializa en operaciones antidroga y antiterrorismo. Eufemismos de la contrainsurgencia.
El Chuco es una ciudad-aduana. Pobre de look industrial. Policiaca y militar. La puerta al infierno. Se ven desde México la refinería que demandó Pemex por comprar el gas que le roban los cárteles en la Cuenca de Burgos y la fundidora que le inyectó plomo a nuestras venas durante el siglo pasado. Ochenta por ciento de su población es hispana. Es una de siete ciudades texanas dentro de las veinte a-prueba-de-recesión en los Estados Unidos. Declarada la ciudad más segura. La zona metropolitana de mayor crecimiento.
Parte de Nuevo México hasta que Texas se la incorporó a mediados del siglo XIX. La ciudad tuvo un boom con la llegada del ferrocarril que la convirtió en lugar de juego y prostitución. Guarida de hombres de negocios y matones que le valió el apodo de Six Shooter Capital. Emblema del viejo oeste. Tierra sin ley hasta el final de la Primera Guerra Mundial. Con la prohibición del alcohol se transfirió el desmadre a Juaritos. Pero no las ganancias. Sumando la llegada masiva de refugiados por la Revolución Mexicana (y su dinero), siguieron años de prosperidad. Se cocinaron fortunas producto del contrabando de alcohol y venta de armas. La ciudad se convirtió en el más importante centro de producción y transporte del suroeste. Fue la capital mundial del blue jean. Con la invención de la maquila en los sesenta inició el desmantelamiento de su industria. El TLC le dio la estocada.
El actual milagro paseño se explica por el éxodo masivo de juarenses, la llegada de miles de soldados con sus familias y de indocumentados de otros estados norteamericanos huyendo a las medidas antimigrantes. ¿Cómo puede una ciudad relativamente pobre, de alta inmigración, que se encuentra en la frontera con la super-violenta Ciudad Juárez, ser una de las ciudades más seguras en Estados Unidos? Pregunta Reason magazine. -Yo nací aquí, soy americano, pero en realidad soy mexicano. Dice T. Vive en Juárez, cruza diariamente para estudiar a la Universidad de Texas en El Paso. "Somos dos naciones, dos ciudades, pero mucho más una comunidad". Dice el vocero de la U.S Customs and Border Protection, "muchas personas en el área tienen fuertes lazos en ambos lados de la frontera. Somos binacionales". El alcalde anterior de Ciudad Juárez radicó en El Paso durante su mandato. Su secretario particular fue detenido por tráfico de visas de residencia. Al director de seguridad pública se le encontró un cargamento de cocaína en un puente internacional.
Es ciudad-oficina de administradores y guardianes de las minas de placebo. Sexo y drogas. Junto a las armas, la triada preferida por empresarios. Le siguen gas y petróleo. Lugar de residencia de ochocientos sex ofender y redes de pornografía cibernética. Tiene una legislación laxa sobre venta de armas. La historia se repite. Se amasan fortunas en La Ciudad del Sol. ¿Quién dice que la prohibición de las drogas y la guerra no son negocios rentables?
El capital no tiene fronteras los humanos tampoco. Las fronteras borran nacionalismos e identidades. Generan nuevas. Los juarenses estamos agringados, los paseños mexicanizados. La pesca de cerebros y mano de obra calificada, el reclutamiento para el Army y Border Patrol tienen una estructura que no es casual. Se nutre del deseo de prosperidad de las familias pobres. Un hijo ingeniero, policía o militar significa un avance cualitativo. Sacrificio familiar a cambio de ciudadanía o movilidad social.
El reclutamiento opera también como una trampa ante las limitadas posibilidades de estudio y trabajo. S, de padres panameños, se enlistó como cocinera para poder costear sus estudios de chef. No contempló que podía ser enviada a combate. A unos días de la invasión de Irak pasó a ser la primera mujer prisionera de guerra en la historia del ejército gringo. Su convoy fue emboscado por la resistencia en Nasiriyah. Después de ser liberada se le vio celebrando en un mercado de Juaritos.
Estados Unidos anuncia (acepta) una recaída en la economía global. Reconoce tener un centro de inteligencia militar en algún lugar del territorio mexicano (en el norte) similar a los de Irak y Afganistán. Donde empresas privadas de seguridad y exmilitares mercenarios hacen trabajo de contrainsurgencia y limpieza social. Los responsables de decenas de miles de muertos, torturados y desaparecidos y miles de mujeres violadas y asesinadas, incluidas sus compañeras de armas (dos de tres reportan violación amiga).
En Juárez se ha visto a oficiales colombianos y gringos con sus uniformes y banderas dando asesoría (órdenes) al Ejército Mexicano. ¿Qué va pasar cuando tomen el mando formalmente y la intervención se haga a gran escala? Mientras escribo, aviones militares vuelan sobre el cielo mexicano rumbo al sur. El sonido inconfundible de sus turbinas anuncia muerte y destrucción. ¿A dónde se dirigen? ¿Qué andan haciendo? ¿Cuándo serán utilizados?
Durante la coreografía de ahorcamiento de Saddam Hussein sus verdugos le gritan -vete al infierno. Él responde-pregunta burlonamente -¿¡al infierno que es Irak!? En lo que se convirtió luego de la invasión en nombre de la libertad. En busca de unas inexistentes armas de destrucción masiva.
¿Es actualmente Juárez una sucursal de ese infierno?, ¿qué nos falta ver?, ¿qué nos falta vivir?
¿De la Ciudad del Sol, de Hell Paso, vendrá la oscuridad para Juaritos?

IX.
Cuando mi madre tenía trece años murió su jefa. Su padre trajo a ella y su hermana menor a Juárez. Las encargó con una tía antes de irse a los Estados Unidos; jamás lo volvieron a ver. Mi historia familiar materna se reduce a la convivencia con mi tía, mis primos, esporádicamente el contacto efímero con alguna de las tías-abuela y un sólo encuentro con mi tío el perdido. Un férreo hermetismo sobre su pasado, su origen y la historia familiar se mantuvo durante casi treinta años.
De mi infancia, tengo recuerdos de mi madre hablándome de un antepasado famoso que tenemos y de su niñez en el rancho de Durango. Luego, un silencio que se sintetiza en la expresión de mi tía -somos nosotras dos y se acabó, si ellos no nos procuraron ¿por qué lo haríamos nosotras? Los primos compartimos una vida familiar cubierta por un manto de misterio.
Hace unos años mi madre tuvo el impulso de visitar el lugar en que nació. Al llegar, le hicieron la pregunta que motiva el orgullo familiar -¿tienes el apellido? Al responder afirmativamente, la pusieron al tanto de lo sucedido desde su partida. Quién se casó con quién, quién se fue a vivir a dónde, quién murió.
Por el lado de su familia materna la historia es trágica. No alcanzan los dedos de una persona para contar los muertos. Una parte prácticamente aniquilada. Masacres, casas incendiadas, persecución, el resto encarcelado.
Antes de morir, me reveló las pistas para encontrarme con mi origen, nuestras raíces. Con quién hablar y dónde encontrarlos. Cuáles son los passwords que abren las puertas del yin yang familiar. La conexión rebelde y la malandra de toda familia en Chihuahua.
Villa era el apellido paterno de mi madre, Leyva el materno.

X. Ciudad Titanic
Desesperación y chantaje, activismo suicida son reacciones comunes ante la guerra. ¿En qué consiste resistir a la barbarie que representa una guerra? ¿Oponerse a las acciones militares o burlarlas? ¿Sacrificar la vida o resguardarla? ¿Ser mártir o pilar? No hay respuesta única a estos cuestionamientos que deben ser resueltos de manera comunitaria. No se trata de llegar primero sino de llegar todos juntos recomienda León Felipe.
La condición sine qua non para la liberación de un pueblo es que ese pueblo se quiera liberar. Que sea consciente de su condición y la quiera modificar. Las rebeliones no son el resultado de una concienzuda reflexión de una población sobre su realidad. Es la respuesta casi natural, defensiva, generalizada y semi-espontánea ante un callejón sin salida. Cuando no queda de otra.
Soy un nómada, ya lo he dicho, un vago. No he dejado de explorar, de buscar. No camino solo, me acompañan mi jefe y mi jefa, mis compas asesinados. Todos los lugares son iguales, pero diferentes. Viajando amanso mis demonios, evito que se amotinen en mi mente. Me encierro en mí en movimiento, desplazándome. Me rebelé a la violencia sin sentido en las pandillas, a la muerte en vida en la maquila, a la domesticación disfrazada de escuela, a ahogar mi vida en alcohol a ritmo de ska. En la ciudad más violenta del mundo me rebelo a la guerra. Al confort cómplice a cambio de migajas, a cerrar los ojos y pretender que no ocurre nada, a esperar sentado o de rodillas la muerte que me recetan. Elijo ser fiel a mi conciencia y a mi gente aunque muera en el intento.
No soy comunista, socialista o anarkista, soy más simple. Amo la vida, disfruto la naturaleza. Soy enemigo de la injusticia. Prefiero charlar o caminar que leer un libro, leí miles y dicen lo mismo. Vi una y otra vez la misma película con distinto actor. Decidí vivir mi propia historia de amores y aventuras, intrigas políticas y suspenso policiaco, mi road movie permanente. Descubrí que el secreto de la vida está en vivirla. Que a vivir se aprende. TODOS somos dios. Nadie es dueño de nadie. Que las mujeres suelen ser más inteligentes que los hombres. Que las coincidencias no existen. El fuego es el abuelo. Todo cambia, todos mueren, nada es gratis.
La música está dentro de mí, me acompaña siempre. Me gusta enamorarme y bailar, coger pacheco. Vagar por galaxias lejanas. Trabajo por techo y comida. Con trueque inutilizo el dinero. Quiero ser el dueño de mi tiempo y el fruto de mi trabajo, eso me hace un subversivo. Disfruto la rebelión, en ella me realizo. Viajando me realizo.
Soy un delincuente. Un ARTivista que se multiplica online. Contrabandeo esperanza. Trafico sueños y palabras. Me rebelo a la muerte. Al exterminio le contrapongo vida. Viajo en el tiempo, telegraféo al futuro, recibo mensajes del pasado, hablo con los muertos. Mis alas son lo único que tengo. Vuelo entre las nubes, soy las nubes, entonces el cielo está debajo de mí y la tierra no existe. Existo yo, los miles que soy. Pero no soy nadie, así puedo ser cualquiera. Cuando me muevo soy los que he sido, los que quisiera ser, los que pude ser, los que seré. Fundidos en uno. Cada uno de los muertos de esta guerra, cada uno de los sobrevivientes.
Ese andar errante me ha traído al lugar de origen, a (re)conocer mi ciudad como la primera vez. Un salmón remontando la corriente para asistir a la destrucción programada de nuestras vidas. Siempre he sido un loco (o tal vez no). Hablando de cosas que nadie ve (o no quieren ver). Si no estoy loco quisiera estarlo, estar equivocado. Despertar y descubrir que efectivamente aquí no pasa nada, que así ha sido siempre, que es igual en todos lados.
Ahora la imagen que tengo es en un sueño. Sueño que tengo insomnio (como mi hermana). Estoy en el Titanic. El barco se hunde irremediablemente. La orquesta sigue tocando como si nada ocurriera. Disfruto la música, nada puede pasar. Al fin y al cabo sé que es un sueño. He logrado el sosiego. Además, todos sabemos que el Titanic es insumergible.
La guerra es la expresión concentrada de lo peor del ser humano, lo podrido y decadente. Ofrece al mismo tiempo la posibilidad de mostrar la otra cara, la parte humana ideal. Esa parte que se manifiesta en momentos de crisis total. Cuando salimos de la normalidad y somos capaces de hacer sacrificios inimaginables, como entregarnos a una causa que trasciende nuestras propias vidas.
La vida es un derecho inalienable. Debemos tenerla garantizada todos y todas. Pero al hablar con las personas y escucharlas repetir la cantaleta de que vivimos una guerra contra y/o entre narcos. Que ahora sí ya va parar con la detención de cierto capo, con el triunfo de tal o cual candidato presidencial. Que si ellos no se meten nada les va pasar. Ante la evidencia de que ocurre otra cosa, me invade una pregunta ¿merece vivir quien no lucha por defender su vida y la de los suyos?

Ciudad Juárez-Querétaro, México, invierno 2k11-12
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Tira paro.

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